Caí, caí y caí.

Llegué a este mundo lanzado desde las alturas, como todo ángel caído. Al tocar la tierra, me dijeron que mi misión era trabajar en la evolución de mi alma: al escoger venir a este planeta-escuela, ese era mi propósito supremo.

REFLEXIONREVELACIÓN

Angel Cosio

7/18/20252 min read

Llegué a este mundo lanzado desde las alturas, como todo ángel caído. Al tocar la tierra, me dijeron que mi misión era trabajar en la evolución de mi alma: al escoger venir a este planeta-escuela, ese era mi propósito supremo.

Los sabios me urgieron a arrojarme al precipicio sin miedo, con valentía y confianza. «¿Cómo?», repliqué. «¿Acaso no he caído ya?». Ellos insistieron: «Debes descender más, adentrarte en lo profundo».

Salí a la vida temblando, entre dudas y lágrimas. Me aseguraron que, en el trayecto de la caída, me surgirían alas; que no había alternativa: debía volar, y que en mi interior yacía la clave para forjarlas. Lo intenté, pero choqué contra el suelo hecho añicos, despojado de aquella coraza que, aunque me asfixiaba, me protegía.

«¡Me engañaron!», grité al viento. «¡No hay alas!». La tristeza me persiguió años entre edificios de concreto y soledades heladas. Hasta que un día, frente a otro precipicio —otro más—, el Maestro apareció y ordenó: «Salta». «No», me negué. «Salta», repitió, con ojos que irradiaban estrellas.

«Voy —recordé de pronto—. Por esto vine». Y me dejé caer de nuevo, pero esta vez observé cómo, en el desplome, se desprendían capas innecesarias: miedos heredados, emociones envenenadas, creencias oxidadas. Al fondo, comprendí que aquellos escalones rotos los había construido yo mismo, piedra a piedra, para esconderme del mundo.

Seguí cayendo, aprendiendo. Hasta que el Maestro regresó. «¿Otra vez?», pregunté. Él no respondió; solo me miró con aquella calma que desarmaba tempestades. Y salté.

Esta vez fue distinto. La caída se tornó danza: consciente, serena. No había dudas, solo el fluir de mi respiración y el eco de mis pasos en el vacío. Con una linterna de experiencia en la mano, alumbré rincones oscuros: traumas fosilizados, heridas mal cosidas, mentiras que me contaba.

Alrededor, sombras grotescas emergían, pero ya no las temía. Me observaban pasar con respeto, como tribus ancestrales ante un viajero que ya no huye. Caía, sí, pero con la ligereza de quien se sabe hecho de viento.

Hasta que, en mitad del abismo, me detuve. No había fondo. Solo un silencio vasto, y en mi pecho, un fuego antiguo. Supe entonces que podía ascender.

Ahora subo y bajo entre dimensiones, sin ataduras. Mis alas, forjadas en mil caídas, me sostienen. No vuelo huyendo: vuelo porque el vacío ya no es un enemigo, sino un espacio donde reinventarme, una y otra vez.

Angel Cosio

No hay mejor momento que este momento

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